La mirada del aguila

La mirada del aguila

Cuando destruye el dolor


Cuando destruye el dolor

Tantos años perdidos,
creyendo que era amor,
tantas sonrisas fingidas
que jugaban con su ilusión.

Él dormía a su lado esperando
a que llegue la mañana
para recibirla con un beso,
pues sólo le importaba eso.

Para él, ella era su mundo todo,
su compañera, su familia,
la única persona en esta vida
que lo aceptaba y lo entendía.

Viajó por calles y rutas de su mano
buscando aventuras
que lo hagan sentir más humano
y así entregó su corazón ciegamente
pensando que la unión de los dos
era irrompible
y que el amor reinaría eternamente.

Pero la maldad,
engendra falsedad
y él continuaba día a día
sin ver que la perdía,
por la obra cruenta de la mentira.

Alguna vez fue verdadero amor
y muchos tuvieron envidia
de cómo dos personas juntas
emanaban tan hermoso calor.

Y así los demonios metieron sus colas,
así envenenaron con sus lenguas
tan puro mar,
que hasta murieron sus olas.

Pero él no lo vio hasta que fue tarde,
y se encontró cara a cara
con la crueldad del engaño y el abandono,
hasta que vio la espalda de su ángel
que tantas veces,
en un abrazo honesto arrulló,
alejándose en un horizonte horrible
mientras su alma se despedazaba
con un insoportable dolor.

Se quiso ir,
sus propias manos
casi lo llevan a morir,
la oscuridad siniestra de la indiferencia
lo envolvió en un manto de tortura
destinándolo a sufrir.

No encontró reparos,
no sintió motivos,
sólo su pulso
lo diagnosticaba vivo.

El infierno de la lucha
le rasgaba la piel,
no podía entender
a donde se fue el querer,
no quería creer
que ella fuera tan cruel,
después de tantos años,
la creyó conocer.

Los meses cayeron sobre él,
algo lo ayudó a soportar
pero no sabia qué;
ya no tenia fuerzas,
el alcohol embriagaba su pureza
y despojado de creencias
se desmayaba en su cama
donde tantas veces compartió con la vileza.

Un día 22 abrió los ojos
y escuchó cantar a muchos pájaros afuera,
sintió la vida detrás de la puerta
y con todo su cuerpo en ruinas,
se levantó juntando fuerzas.

Quería ver a aquellas aves
que engalanaban el jardín con su canto;
daba pequeños y pausados pasos,
se vio desnudo y tomo la ropa
que estaba a su lado,
sus piernas le fallaron
y tropezó tirando unos vasos.

De rodillas y mirando al suelo
comenzó a llorar,
comenzó a darse cuenta que no era el final,
todavía podía sentir,
todavía podía respirar
y de resurgir quizás,
le quedaba una oportunidad.

Él, enmarañado en sus pensamientos
estuvo horas, arrodillado en el suelo;
recapituló todo
y en ese momento supo
que su vida entera estaba en el lodo,
ahogada, perdida,
anestesiada,
a una profunda herida
encadenada.

Pero se levantó,
limpió el desorden y se bañó;
llorando frente al espejo se peinó,
pero fueron sus últimas lágrimas
pues ya no le quedaban,
toda su miseria derramada
estaba agotada.

Apoyo su cabeza en el espejo
cerró sus puños con fuerza
y pidió a Dios una respuesta,
así estuvo en trance unos minutos,
así sin moverse,
cobijó a sus deseos moribundos.

Levanto la mirada,
pero no dijo nada
solo abrió la puerta,
y con paso firme
mirando al cielo,

salió de su casa.

De Sol Elk